Las experiencias de la arquitectura orgánica contemporánea en México

Gustavo López padilla

Es significativo el conocimiento y admiración que existe entre los arquitectos mexicanos, en relación al conjunto de obras de autores como Antoni Gaudí, Frank Lloyd Wright, Alvar Aalto, Eero Saarinen, Oscar Niemeyer, Santiago Calatrava, Álvaro Siza, Jorn Utzon o Frank Ghery, todos ellos representantes, a partir de diferentes interpretaciones, de lo que se conoce como  arquitectura orgánica. De varios de ellos se han realizado en el país importantes exposiciones, que han sido acompañadas por conferencias, seminarios y discusiones,  dando cuenta de  la trascendencia y significado de sus obras. Existe una buena cantidad de publicaciones, gráficas y teóricas, incluyendo videos y películas, que documentan y reflexionan sobre las ideas que  sustentan sus propuestas. Adicionalmente, con frecuencia, los arquitectos mexicanos viajan a los lugares de ubicación de las obras referidas, lo que significa una experiencia directa en relación a la vivencia de los espacios de las mismas. En el mundo, la arquitectura orgánica representa una alternativa proyectual, importante y rica, representada por un sinnúmero de proyectos de gran valor, cuyas raíces en el tiempo nos remiten hasta los orígenes de la propia cultura. Pero sin ir muy lejos, en épocas relativamente recientes, han sido importantes los movimientos de Arts and Crafts y Art Nouveau, del siglo XIX, con sus preocupaciones por valorar la naturaleza y sus acercamientos a la psicología, tomando en cuenta lo que tiene que ver con los sueños, el inconsciente y la empatía, pasando después por  la arquitectura orgánica de principios del siglo XX, los criterios estructuralistas y metabolistas, llegando hasta las variaciones de la arquitectura que considera la sustentabilidad, las propuestas complejas del deconstructivismo y la arquitectura del caos, interpretando las ideas del surrealismo,  el azar y lo imprevisible, que llegan hasta los inicios de este siglo XXI.

Estadio Olimpico CU, Augusto Perez Palacios, Raúl Salinas Moro y Jorge Bravo

Tomando en cuenta lo anterior, causa extrañeza que en la arquitectura mexicana contemporánea, no se haya podido constituir una tradición, un movimiento sólido, que se acerque a la arquitectura orgánica, con interpretaciones que consideren los puntos de vista,  la historia, la cultura, la ciencia, la tecnología y las tradiciones locales. Sin haber participado en el proceso histórico mencionado y en la construcción de las ideas fundamentales de la arquitectura orgánica, existen en la arquitectura mexicana un puñado de obras, que representan experiencias aisladas, de autores importantes, que nos refieren a esta arquitectura, que no llegan a constituir una verdadera alternativa proyectual. Si pensamos en los conceptos y valores que dan sentido a la arquitectura orgánica, como el imaginar secuencias de espacios y composiciones geométricas basadas en interpretaciones de las leyes de la naturaleza y los procesos de la vida, como el nacer, desarrollarse, adaptarse e incluso desaparecer, lo anterior desde luego es atractivo, desde el punto de vista conceptual. Se trata de una arquitectura que valora racional y fundamentalmente el tomar en cuenta las preexistencias del lugar, como el clima, la hidrología, la vegetación, la fauna, las condiciones topográficas, geológicas, las vistas desde y hacia el lugar y el aprovechamiento de los materiales naturales propios del lugar donde se levantarán las obras. Se suma a lo anterior el considerar a los usuarios valorando sus particularidades de requerimientos programáticos, económicos y sus circunstancias psicológicas. Las geometrías aplicables dentro de las composiciones de la arquitectura orgánica pueden ser muy variables, desde aquellas  formas cóncavo convexas, cercanas a las líneas fuerza con las cuales se expresa la propia naturaleza, pasando por las reinterpretaciones formales, estructurales y conceptuales de los seres vivos, plantas y animales, a lo que se pueden sumar las expresiones de los fractales, pliegues, las formas ameboides o en racimo, hasta formas regulares, mostrando una distinta complejidad, juego dinámico de contrastes, mimetismos, claroscuros y ritmos, combinación de materiales, colores y texturas, pero siempre dentro de planteamientos racionales. De hecho esta arquitectura puede considerarse como un funcionalismo orgánico, que no rehuye el acercamiento a la ciencia y la tecnología aplicadas, considerando las leyes y comportamientos propios de la naturaleza y la vida. Razón y emoción, criterios conscientes e inconscientes, aplicados simultáneamente en la consecución de proyectos y obras, desde las condicionantes de la arquitectura, llegando hasta los planteamientos de las ciudades mismas como conjuntos de espacios habitables. La tecnología y las máquinas entendidas como instrumentos útiles al ser humano, que pueden ser operadas considerando valores objetivos, subjetivos y el bienestar colectivo.

Restaurante Los Manantiales, Félix Candela y Joaquín Álvarez Ordoñez

Aunque no es muy abundante el haber de las obras orgánicas dentro de la arquitectura mexicana contemporánea, existen significativas y trascendentes, como algunos edificios departamentales de Francisco J, Serrano, en los que combina preocupaciones climáticas, formas orgánicas y aplicaciones Decó. Son ellas el denominado ACRO, del año 1939, ubicado en la Ave. Insurgentes y Quintana Roo, en la colonia Roma o el edificio Basurto, del año 1942, ubicado en la Ave. México no. 187 de la colonia Hipódromo. Obra excepcional es el Estadio Deportivo de la Ciudad Universitaria, ubicado sobre la Ave. Insurgentes, al sur de la ciudad de México, del año 1952, de Augusto Pérez Palacios, Raúl Salinas Moro y Jorge Bravo Jiménez, en el que combinan una espléndida habilidad para emplazar la obra en el lugar,  el empleo de una geometría de formas suaves y ondulantes, taludes de piedra braza, espacios abiertos generosos y materiales del lugar,  que remiten a la fuerza y expresividad de la cultura prehispánica, en una interpretación absolutamente contemporánea, que ha logrado incluso escapar a las consideraciones del tiempo. Asumiendo una postura de estudioso y experimentador del cálculo estructural, la geometría, el uso del concreto y sus aplicaciones constructivas, Félix Candela, arquitecto español avecindado en México, construyó una buena cantidad de obras, utilizando los llamados cascarones de concreto, en los que a partir del empleo geométrico de la doble curvatura inversa, se acerca a las formas orgánicas y expresivas estructuralmente. Entre estas obras destacan el Restaurante Los Manantiales, ubicado en Xochimilco, ciudad de México, del año 1958, diseñado en colaboración de Joaquín y Fernando Álvarez Ordóñez  y la fábrica textil High Life, ubicada en Coyoacán, ciudad de México, del año 1955, resuelta esta última en base a paraguas de concreto, que nos remiten a la idea de las copas de los árboles que cubren con su sombra las zonas boscosas. Como una obra de excepción, el edificio de Celanese Mexicana, ubicado en Ave. Revolución, al sur de la ciudad de México, del año 1966, diseñado por Ricardo Legorreta, da cuenta de una estructura colgada, recordando conceptualmente, el comportamiento  del tronco y fronda de los árboles. Pedro Ramírez Vázquez, en colaboración con Rafael Mijares y Carlos Cázares, diseñaron en el año de 1963, el Museo de Arte Moderno, ubicado en el Bosque de Chapultepec, en la ciudad de México, empleando amables formas sinuosas que se relacionan con naturalidad a las preexistencias verdes.  Agustín Hernández ha experimentado reiteradamente los repertorios formales y geométricos de la arquitectura orgánica, logrando obras notables como la Casa Neckelman, del año de 1979, ubicada en Bosques de los Olivos 123, México, D.F., empleando como base para su composición el trazo de crecimiento de la sección áurea ó su Taller de Proyectos, del año 1975, ubicado en Bosques de Acacias 61, México D.F., en donde para un terreno que cuenta con una pendiente pronunciada, recurre a la interpretación de raíces, tronco y follaje de un árbol, con tratamientos volumétricos expresivos, que remiten también a los lenguajes de la cultura prehispánica.

En años mas recientes son importantes las experiencias de Javier Senosian y Fernando Romero. El primero experimentando en algunas oportunidades con formas zoomórficas, como  la Casa Tiburón, del año 2002, ubicada en la ciudad de México, entendida como un organismo habitable, cuyas superficies onduladas y continuas, pueden ser pisos, muros o techos e igualmente también son pieles protectoras que se extienden pasando a formar parte de las superficies jardinadas. Fernando Romero, en su experiencia reciente del Museo Soumaya, del año 2011, ubicado al norponiente de la ciudad de México, reinterpreta la propuesta orgánica del Museo Guggenheim, de Frank Lloyd Wrigth, ubicado en la ciudad de Nueva York, terminado en 1959. En términos urbanos son importantes las experiencias del diseño del Pedregal de San Ángel, en la ciudad de México, del año 1949, por parte de Luís Barragán y la Ciudad Satélite, en el Estado de México, 1954, obra de Mario Pani, José Luís Cuevas y Domingo García Ramos. En  ambos proyectos, las continuidades orgánicas en el trazo de las calles y avenidas, se ajusta con naturalidad a las condiciones topográficas preexistentes en el lugar.

Casa Tiburón, Javier Senosian

Siendo la arquitectura orgánica una alternativa fundamental, reconociendo su importancia dentro del amplio repertorio de posibilidades que se experimentan hoy en día en el mundo, adquiriendo mayor relevancia a lo largo de los últimos veinte años, a partir de la consideración de las ideas de sustentabilidad, fundamentales para el sano desarrollo de los centros urbanos en el mundo, vale la pena incentivarla, para que de unos cuantos ejemplos sobresalientes, realizados como experiencias marginales, se pueda convertir en un verdadero nuevo gran movimiento arquitectónico en México, renovando y enriqueciendo sus conceptos, ideas fundamentales y posibilidades compositivas, a partir de la realidad mexicana, las interesantes y motivadoras circunstancias y adelantos que existen hoy en día, en los campos de la ciencia, la tecnología, la ecología, la filosofía,  la economía y cultura contemporáneas. Se trata de alentar esta manera de ejercer la arquitectura, sobre todo en las generaciones jóvenes de arquitectos, tratando de imaginar novedosas relaciones entre la arquitectura, las ciudades y la naturaleza.

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